El 4 de agosto de 1976, fue asesinado en los llanos riojanos
quien fuera llamado el “obispo de los pobres”. Monseñor Enrique
Angelelli era uno de los exponentes más fieles de un sector de base de
la iglesia argentina que asumió un claro compromiso con el campo
popular.
En 1968, Enrique Angelelli había sido designado Obispo de la Diócesis
de La Rioja, por el Papa Pablo VI. En la toma de posesión del obispado,
al dirigirse a la feligresía presente, dijo “No vengo a ser servido,
quiero ser servidor, como Jesús, de nuestros hermanos los pobres”. Así
vivía Angelelli la pasión del Evangelio.
Los ataques a la iglesia riojana por parte de los patrones y
terratenientes riojanos, recrudecieron al asumir la junta militar; pero
cobraron aún más virulencia a mediados de julio de 1976. El día 18 de
ese mes, dos curas muy cercanos a él fueron secuestrados, torturados y
asesinados: eran el párroco francés Gabriel Longeville y Juan de Dios
Murias. El 28 de julio, el laico Wenceslao Pedernera fue acribillado
frente a su familia, en la localidad de Sañogasta. Después de esos
trágicos sucesos, el Obispo les había confesado a sus allegados de sus
temores.
Unos días después, Monseñor Enrique Angelelli fue asesinado cuando se
encontraba viajando de Chamical a La Rioja, luego de haber estado
acompañando a los familiares y amigos de los pastores asesinados.
Llevaba consigo una serie de documentos sobre los homicidios recientes
de sus pastores. Sus asesinos habían montado torpemente la escena de un
accidente de tránsito. El cuerpo del cura había sido arrastrado por el
asfalto, a unos metros de la camioneta que conducía y luego rematado con
golpes en la nuca.
Dicen que el Jefe de Batallón del 141º Cuartel de Ingenieros de
Construcciones, Osvaldo Pérez Battaglia, que se presentó en la escena
del crimen, mandó a llamar al director interino del diario riojano El
Independiente, Américo Torralba, y le dio órdenes para que titule la
muerte como accidental. De esta manera el asesinato del cura fue
silenciado durante años, como otros tantos episodios oscuros de la
dictadura, en este también convergieron la participación civil y la
militar.
El pueblo de La Rioja recibió con indignación su muerte y lo
convirtió en mártir de inmediato. El pueblo elevó pronto sus banderas y
las sostiene en la actualidad.
La jerarquía eclesiástica no tuvo esa misma sensatez. En aquel
momento comandaba la iglesia argentina el Cardenal Juan Carlos Aramburu,
quien argumentaba que no había constancias de su asesinato. Aramburu –
recordemos – años más tarde del asesinato del párroco, en 1982, negaría
la existencia de los desaparecidos. “No hay que confundir. Hay
desaparecidos que viven tranquilamente en España” afirmó. El episcopado
argentino reconoció el asesinato recién 30 años después.
La relevancia de su figura es innegable, tanto para creyentes como
para no creyentes. Angelelli integraba un sector de la comunidad
cristiana que se planteó un compromiso liberador con los sectores
populares y con ello también puso de relieve la cuestión de la
liberación social.
En el foco de la dictadura cívico-militar se encontraba el objetivo
de instalar en la Argentina un proyecto político, económico y social,
signado por la mayor injerencia privada en la vida pública Así apuntó a
desmantelar toda experiencia de organización popular y, con ello, a
anular toda resistencia social.
A 35 años del asesinato aún impune de Monseñor Enrique Angelelli, su
memoria es inspiración para quienes luchamos por una sociedad
igualitaria y equitativa, que se hará realidad con la liberación
nacional y social. A 35 años de su asesinato revivimos aquella expresión
emblemática: “Con un oído en el pueblo y el otro en el evangelio.”